Emilio Cifuentes es un receptáculo de los detalles vitales que rodean a Óscar Monterreal. La idea del personaje surgió una mañana en la sala de espera del médico, cuando el autor comprobó sorprendido que hay quien es capaz de contarse sus más miserables secretos sólo cinco minutos después de conocerse. Entonces decidió crear al personaje de Emilio, un jubilado parlanchín y chafardero, a ratos divertido, a ratos fatigoso, que narra sus aventuras al primero que se descuida, independientemente del interés que tenga.
Con Emilio Cifuentes anclado en su mente, Monterreal comenzó a captar y almacenar datos sobre las andanzas de los jubilados en los sitios que habitualmente frecuentan, como bibliotecas, mercados, parques, bares y prostíbulos. Allá donde estuviera la información, allá que se lanzaba nuestro temerario escritor con los ojos bien abiertos.
Emilio, en principio creado para un relato corto, fue ganando peso y Monterreal decidió reservarlo para, en expresión del propio personaje, “asuntos de mayor enjundia”. Cuando tuvo suficiente material almacenado decidió traspasarlo de la cabeza al papel. Como si fuera un académico de la lengua (cosa que de momento no ocurre), Monterreal limpió, fijó y dio esplendor a sus ideas, y las volcó con toda su ilusión en La mejor materia prima, una obra que para algunos abre nuevos caminos en la narrativa española, aunque para otros, como el antipático profesor Karasian, no es más que “un recital de pomposidad sustentada por cimientos de nada”.