La novela

         “La personalidad es como la musculatura: lo importante no es que haya mucha, sino que esté bien definida”. Es uno de los principios de Emilio Cifuentes, el irritante jubilado que protagoniza La mejor materia prima. Un principio… que transgrede cuando le conviene, como todos los demás. Más que un hombre de palabra, es un hombre de palabras: habla demasiado. Disfruta, como todos los octogenarios, rememorando el pasado y criticando a la juventud, especialmente a los grafiteros; por el contrario, no le gusta hacer gimnasia en el hogar del pensionista ni la ropa interior pasada de moda. Prefiere recorrer su camino.
       

         Emilio necesita distracción, la busca y la encuentra. Se enfrenta a un proxeneta al que llaman el Salvaje. Comparte bocadillos con suicidas. Imparte clases de anatomía en un mercado. Se codea con ministros borrachos. Al mismo tiempo, reflexiona sobre temas tan trascendentales como la violencia, la amistad, el arte, la belleza, el sexo, la economía...

        Pero la reflexión no frena la acción, hasta el punto de que cada noche lanza el siguiente vaticinio: “Mañana continúa la batalla”. ¿Se construirá un refugio atómico en el jardín? ¿Probará la legendaria ternera de Kobe? ¿Será capaz de poner en marcha un endiablado electrodoméstico con instrucciones en albanés? ¿Es tan infalible como asegura desde la línea de 6,25? ¿Conocerá por fin lo que es el dolor? Entre unas cosas y otras deja claro que el protocolo habitual de comportamiento y las normas éticas no son de obligado cumplimiento, y que coger el camino más largo a veces es muy productivo. Aunque también agotador.